jueves, 27 de marzo de 2008

Carta a una hija perdida.

Oh, mi bella princesa, única entre mis hijas…

Desde la concepción te sentía, compartía tus sensaciones, me transmitías tus emociones…

Cuando te vi por primera vez supe que eras especial, que serías el tesoro de mi corazón; entendí que traía al mundo una preciosa joya.

Cuando te separaron de mí, se desgarró mi alma, mi corazón gimió de angustia, pero a pesar de ello, había una voz en mi interior que me decía “no estará sola”… Clamé al cielo por ayuda, rogué para que te cuidasen. Te busqué, te llamé, grité tu nombre… Levanté cada piedra del camino con la esperanza de que allí te escondieras…

Miraba por la ventana con la ilusión de encontrarte en la senda de mi vida… Jamás funcionó…

Muchos decían que no lo superarías, pero mi corazón siempre creyó en tu fortaleza, en tu valentía… Sé que lograrás ganar la batalla; que no desfallecerás…



Y aunque en mí no hay fuerzas, aunque en mí está el vacío de tu presencia, no dejo de creer… no dejo de soñar… no dejo de esperar el día en que te veré otra vez…

Me deleitaré al escucharte hablar. Disfrutaré el abrazarte, el consentirte, el consolarte…

Vuelve pronto hija mía, regresa; no tardes…

Te seguiré esperando; seguiré confiando en que algún día volverás a mí… y podré por fin verte de nuevo…

¡Te amo preciosa!